María Teresa González Muzzio, académica del Departamento de Formación Inicial Escolar de la Escuela de Educación Parvularia de la Universidad Católica del Maule.

La sociedad moderna exige cada día poder enfrentar nuevos desafíos. Las distintas formas que adopta la tecnología se hacen parte en la vida diaria, las relaciones humanas entre las personas han cambiado desde lo presencial hacia escenarios virtuales y a distancia. El acceso a la información abre puertas a un mundo de alcances desconocidos.

La sociedad moderna exige cada día poder enfrentar nuevos desafíos. Las distintas formas que adopta la tecnología se hacen parte en la vida diaria, las relaciones humanas entre las personas han cambiado desde lo presencial hacia escenarios virtuales y a distancia. El acceso a la información abre puertas a un mundo de alcances desconocidos.

Sin embargo, una necesidad que no ha cambiado, y que, incluso, resulta aún más relevante para poder insertarse en esta sociedad, es la de aprender a comunicarse de forma escrita, leyendo y escribiendo. Según la Unesco, Chile alcanza una tasa de alfabetización de 96,87% en la población adulta, índice que ha aumentado desde un 91,13% en el año 1982.

No obstante, contar con una población que maneje instrumentalmente las habilidades de lectura y escritura, no asegura que ellos puedan utilizar estas habilidades adecuadamente en la vida cotidiana. Solo basta con pensar cuando se debe efectuar trámites, llenar documentos o formularios, o bien interpretar algún documento escrito que llega a nuestras manos. Se requiere, en consecuencia, contar con personas que puedan aplicar estas habilidades en su vida diaria, tanto en lo personal como en lo profesional, y esto exige una tarea educativa que comienza tempranamente, desde los primeros meses de vida.

Hay quienes podrían pensar que lo que corresponde es acelerar procesos de aprendizaje, y que, mientras antes aprendan a leer y escribir los niños y niñas, podrán ser mejores lectores y escritores, lo que podría incrementar su desempeño en estas habilidades. Sin embargo, esta forma de pensar pasa por alto las características de los niños y niñas y de su proceso de aprendizaje. La clave no está en acelerar o adelantar etapas, sino en construir bases sólidas para que se sustenten nuevos aprendizajes y habilidades.

¿Cómo podemos avanzar, entonces, en disminuir los niveles de analfabetismo funcional, mejorar los índices de comprensión lectora o la capacidad expresiva a través de la escritura? Esta interrogante desafía a diario a los educadores de párvulos y profesores de educación básica que se ven tensionados por ciertas exigencias del sistema, en contraste con los reales ritmos de aprendizaje de algunos estudiantes.

Si nos dedicamos a potenciar conscientemente habilidades lingüísticas desde los primeros meses de vida, con todo lo que implica el lenguaje oral, y de forma paralela nos ocupamos de acercar al niño al mundo escrito, leerles a diario, narrarles historias, instarlos a dibujar y escribir, entre otras actividades, permitiremos que los párvulos desarrollen sus habilidades orales y visualicen la lectura y escritura como actividades que se utilizan en la vida diaria. Debemos procurar que ellos perciban el sentido y valor que puede tener el lograr leer o escribir un texto, que ellos vivencien la experiencia de ser lectores y escritores, sin importar, en un principio, cómo utilizan el código.

¿Qué hacer entonces en los primeros años de vida? La respuesta implica pensar en hablarles frecuentemente, escucharlos cuando quieren expresarse, permitirles que se expresen libremente, leerles a diario, ofrecerles material escrito diverso para que ellos exploren y disfruten, animarlos jugando a leer, escribiendo sus propios nombres e historias, y, sobre todo, hacerlos partícipes de situaciones cotidianas en las que debamos utilizar la lectura y escritura para comunicarnos o para tareas diarias como ir de compras, llamar por teléfono, enviar un mail, elegir una película en el cine, atender las señales de tránsito, entre otros.

Podemos preguntarnos, entonces, ¿Qué impacto tendrían estas acciones en el proceso de alfabetización? En primer lugar, debemos pensar que todo aprendizaje debe ser significativo, por tanto, relacionado con la vida cotidiana, basado en la experiencia y posible de vincular con conocimientos previos. Otorgarles experiencias, significa sentar bases para que luego establezcan relaciones. En segundo lugar, todo aprendizaje se genera de mejor forma cuando lo enfrentamos con una actitud positiva, visualizando su sentido y posible aplicación en lo cotidiano, por lo que desarrollar experiencias en un marco de juego, facilitaría este proceso. En tercer lugar, está comprobado que las habilidades lingüísticas a nivel oral son la base de procesos de lectura y escritura, lo que exige comenzar tempranamente con su potenciación.

Todo lo anterior, debe claramente ser sistemático y riguroso, y en eso, son los educadores de párvulos los llamados a ser expertos para generar las bases de la alfabetización en los niños y niñas. Debemos igualmente considerar que existen ciertas habilidades que son claves de ser abordadas tempranamente para facilitar aprendizajes posteriores de lectura y escritura, pero ello no implica adelantar procesos, sino abordar saberes previos, que son predictores del desempeño lector, como son el conocimiento del mundo y vocabulario, la conciencia fonológica y el aprendizaje de la relación entre fonemas y grafemas.

Ante esto, ¿qué hacemos si algunos niños comienzan a leer tempranamente?, o bien, ¿qué hacemos si algunos no avanzan al mismo ritmo y demoran más que sus compañeros en desarrollar estas habilidades básicas? Estas interrogantes nos hacen pensar necesariamente en la diversidad. No podemos forzar ritmos, ni acelerarlos ni estancarlos. En ese sentido, los docentes deben contar con estrategias para hacer que cada uno logre avanzar desde su propio nivel de desempeño real, y en lo posible, que alcancen todos lo esperado en cada nivel. Pero deberemos ser flexibles cuando esto no ocurre, visualizando otras estrategias posibles de aplicar.

En general, la mayoría de los niños aprenderá a leer y escribir entre los 5 y los 7 años de edad. La reciente promulgación de la obligatoriedad del kínder o segundo nivel de transición, y el aumento de cobertura en educación parvularia, seguramente contribuirán a incrementar la tasa de alfabetización de nuestro país. Sin embargo, queda el desafío aún de mejorar los desempeños en lectura y escritura, así como de evidenciar un alfabetismo funcional, metas que son responsabilidad compartida, tanto por parte de educadores de párvulos, profesores de educación básica, como por parte de las familias, que otorgan importantes experiencias al respecto, en especial en los primeros años de vida.

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.